Los días 28 y 29 de octubre tuve la alegría de participar —en nombre de la CICE, junto con representantes de las asociaciones scouts de Jordania, Bélgica y Francia, así como de la CICG— en la conmemoración del sexagésimo aniversario de Nostra Aetate, la histórica declaración del Concilio Vaticano II sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas. A lo largo de estas seis décadas, este texto breve pero luminoso ha abierto caminos de encuentro, respeto y fraternidad que han transformado profundamente la manera en que nos miramos unos a otros: creyentes de distintas tradiciones, pero peregrinos de una misma humanidad.

En su discurso, el papa León situó en el centro de su reflexión el diálogo con la samaritana, recordando que «Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad». En ese encuentro junto al pozo, Jesús trasciende las fronteras culturales, de género y religiosas, invitándonos a reconocer la sed de Dios que habita en todo ser humano. Esta es también la esencia del diálogo interreligioso: buscar juntos, con humildad y reverencia, el Misterio que nos sobrepasa a todos.

Fue profundamente conmovedor ver, en la Plaza de San Pedro, a representantes de las más diversas religiones uno al lado del otro, entre una gran multitud de peregrinos. La presencia conjunta de líderes y fieles de diferentes tradiciones fue, en sí misma, un testimonio vivo y elocuente del espíritu de Nostra Aetate: la convicción de que el respeto mutuo y la amistad entre creyentes no solo son posibles, sino esenciales para construir la paz.

El papa recordó que Nostra Aetate nació de un deseo de reconciliación y amistad, comenzando por la relación con el pueblo judío y extendiéndose a todas las tradiciones religiosas. Subrayó que, desde entonces, la Iglesia rechaza con firmeza toda forma de antisemitismo, discriminación y persecución. Nos invitó a renovar nuestro compromiso de “actuar juntos”, especialmente ante los desafíos de nuestro tiempo: la paz amenazada, el sufrimiento humano, el cuidado de la casa común y el uso ético de las nuevas tecnologías.

Por su propia naturaleza y método, el escultismo es un espacio privilegiado de amistad entre personas de diferentes culturas y religiones —y también entre quienes no tienen ninguna afiliación religiosa. Alrededor del mismo fuego de campamento aprendemos a escuchar, a respetar y a colaborar. Vivimos, en lo concreto de la vida, aquello que Nostra Aetate soñó: el descubrimiento de que la fe auténtica no divide, sino que acerca; no excluye, sino que construye puentes.

En este mismo espíritu, la CICE sigue firmemente comprometida, como parte integrante de la Organización Mundial del Movimiento Scout, en promover la amistad, el diálogo y la cooperación entre niños, jóvenes y adultos de todas las tradiciones religiosas, convencida de que la paz nace en el corazón de cada persona y florece cuando caminamos juntos. Sesenta años después, Nostra Aetate sigue siendo una verdadera brújula para nuestro camino común: una llamada a hacer del movimiento scout un auténtico laboratorio de fraternidad universal, donde reconozcamos que somos hermanos porque compartimos el mismo Padre, como tan bellamente lo expresa el primer principio del Movimiento Scout: el deber para con Dios.