Al acercarnos a la celebración anual de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, quisiera proponer este breve pero hermoso pasaje de una de las oraciones de la liturgia de la Iglesia:

Muchas veces los hombres hemos quebrantado tu alianza; pero tú, en vez de abandonarnos, has sellado de nuevo con la familia humana, por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor, un pacto tan sólido que ya nada lo podrá romper.

Plegaria Eucarística sobre la Reconciliación I

 

Este pacto tan sólido que ya nada lo podrá romper, es verdaderamente fundacional: ofrece una base sólida que precede a nuestra venida al mundo; abre un horizonte de esperanza porque nos sabemos siempre amados; nos compromete hoy a actuar en las circunstancias concretas de la vida, como respuesta humana (siempre falible y en camino).

En este sentido, ¿qué es la Promesa Scout? Evidentemente es una palabra y un gesto humano que expresa una profunda confianza en nuestra libertad – siempre progresiva y según las capacidades de cada edad y de cada persona: ¡puedo decidir prometer! Pero, al mismo tiempo, es una respuesta a la promesa de fidelidad del propio Dios. Como diría San Pablo, «nada puede separarnos del amor de Cristo» (Rom 8,39). Por eso el Scout hace su promesa porque se siente prometido, amado.

Estoy convencido de que ésta es la principal característica del escultismo católico: ofrece una experiencia concreta de que puedo prometer porque estoy fundado en la promesa de Dios. Una pedagogía scout que se tome en serio la dimensión espiritual y religiosa debe tener, por supuesto, momentos de oración y liturgias, pero sobre todo debe hacer visible, a través del juego, de la vida en patrulla, de la actividad en la naturaleza, esta promesa fundante de Dios, « que ya nada lo podrá romper ».