Reflexión de los textos sagrados del 8 de diciembre de 2024 Segundo domingo de adviento
Lecturas propuestas: Baruc 5, 1-9; Salmos 125, 1-6; Filipenses 1, 4-6, 8-11; Lucas 3, 1-6
Queridos hermanos y hermanas, scouts y guías. Desde el domingo pasado nos encontramos en tiempo de adviento y se nos invita a «vivir con el corazón mirando a Dios y con los pies anclados en la tierra». Hoy la Iglesia nos llama a celebrar el segundo domingo, consagrado a Juan Bautista. Este anuncia la llegada del Mesías y nos invita a preparar el camino del Señor y a vivir la conversión. En efecto, si nos preparamos de manera adecuada para la llegada del Señor, su gracia hará de nosotros buenos discípulos, repletos de fe y de esperanza por los bellos días que el Señor nos traerá; días de paz, de alegría, de acción de gracias. Seremos capaces de vivir los momentos presentes con gozo y agradecimiento, como le sucedió a Pablo en su vida con la comunidad de los Filipenses.
En la primera lectura de este domingo (Baruc), el autor ve que Jerusalén será liberada y hace un llamamiento a la alegría (Bar 5, 1) para revestirla de la majestuosidad con la que Dios quiere adornarla y hacerla brillar. Una iniciativa gratuita de Dios, que no olvida a sus hijos porque es fiel a sus promesas. Anima y consuela a los hijos de Israel, desorientados y perdidos, y los invita a la esperanza y a la alegría, porque desde la destrucción de Jerusalén el pueblo estaba de luto. Este paso de la tristeza y el luto a la alegría es como una resurrección que atestigua la fidelidad de Dios a sus promesas. Baruc, que predicaba entonces en Jerusalén, se dirige ahora a nosotros, el pueblo de Dios, porque, a un nivel más personal, cada uno de nosotros porta también su propio manto de tristeza. Nos invita a alegrarnos porque se acerca nuestra liberación; nos llama a vestirnos con el manto de la justicia. Quiere que recordemos que el fundamento de la vida de un creyente es la justicia, y que debemos saber vivir rectamente en este mundo. Este modo de vivir nos permitirá albergar la esperanza de un mundo nuevo. La imagen bíblica de las colinas aplanadas simboliza las relaciones igualitarias en las que los seres humanos pueden encontrarse al mismo nivel, donde todas las personas se sentirán hermanos y hermanas (el scout es amigo de todos y hermano de todos los demás scouts). En la medida en que los seres humanos respeten los derechos de los demás, la Tierra se hará habitable, un lugar donde el sufrimiento y el luto darán paso a la alegría. Esto es a lo que invita Baruc a Jerusalén. Y no sólo a Jerusalén, sino a todos nosotros. Jesús va a proclamar la llegada del Reino de Dios. Se nos llama a ser portadores del resplandor mismo de Dios que habita en cada creyente.
En el Evangelio que acabamos de escuchar (Lc 3, 1-6), San Lucas quiere subrayar que la iniciativa en la historia de la salvación no pertenece a los grandes, a los príncipes que nos gobiernan, sino que viene de Dios mismo, que elige a sus mensajeros. En este segundo domingo de adviento, la Palabra de Dios nos presenta una época en la que todo iba mal en Israel, pero donde, al mismo tiempo, hay un profeta que proclama un mensaje de esperanza. Dios quiere servirse de nosotros para hacer oír Su voz, porque su Hijo viene a salvarnos. Debemos ser los Juanes Bautistas de hoy y, al mismo tiempo, aquel pueblo llamado a convertirse para que preparemos nuestros corazones con el objetivo de acoger la alegría del Niño del Pesebre. No perdamos el tiempo.
Tiberio César, Poncio Pilato, Herodes, Felipe, Lisanias, Anás y Caifás… todos ostentan títulos gloriosos y pomposos. Y junto a todos estos «grandes hombres», está Juan, hijo de Zacarías: este santo Juan Bautista; el forastero, según las apariencias; el hombre del desierto que vivía alejado de los circuitos oficiales, que prefería la soledad del desierto a la vida de pompa y lujo, y sobre el que la Palabra de Dios cobra todo su sentido.
A Juan Bautista se le encomienda una gran misión: preparar e invitar al pueblo de Dios a preparar el camino al Señor que viene. Es cierto que queremos preparar nuestros corazones y dejar que la luz de Dios brille en nosotros. Este puede ser un tiempo de introspección y de petición de reconciliación. Necesitamos limpiar la maleza de nuestras vidas y preparar nuestras almas. Porque, ¿cómo podemos acoger al Señor en nuestras vidas si ya estamos llenos de nosotros mismos? Esto no se consigue más que en la humildad. La humildad no es ante todo una cualidad moral, es sobre todo una actitud fundamental del creyente. Y es una lucha diaria, puesto que siempre nos colocamos por encima de lo que somos.
La voz de Juan Bautista, relatada en el Evangelio, nos proporciona algunas condiciones que nos permitirán proseguir con confianza nuestro camino hacia la Navidad, y ver la salvación de Dios, pues tenemos la pesada responsabilidad de preparar el camino al Señor. Para ello, convirtámonos, seamos verdaderos y rectos, seamos justos, y ayudemos a nuestros hermanos y hermanas a vivir estos valores cristianos, siendo nosotros mismos modelos, predicando con el ejemplo. Porque el deber de un scout empieza en casa. Entonces no viviremos sólo para nosotros mismos, sino también para los demás.
San Pablo, en la segunda lectura (Flp 1,4-6.8-11), se asombra de la fe de los filipenses y cada vez que piensa en ellos, en su testimonio de vida (los frutos), entre ellos y hacia Pablo, y en su testimonio de fe (hacia Dios), da gracias a Dios (versículo 3). Pudo observar lo que ya había producido su relación con el Señor en todas sus dimensiones. Encuentra con ellos el lugar que le corresponde: rezar por ellos, por el crecimiento en ellos de este amor y de este espíritu de discernimiento para avanzar en la situación presente.
Que este ejemplo de Pablo sea nuestro modo de ser y de comportarnos si tenemos que guiar a alguien. Sepamos ayudarles a crecer en su relación con el Señor que viene en Navidad; sepamos establecer una relación fraternal con él. Como Jesucristo, como Pablo, convirtámonos para nuestros hermanos y hermanas en un simple paso, en una puerta hacia la verdadera vida.
Para concluir nuestra meditación, se nos invita a una conversión del corazón para preparar el camino al Señor, pero también se nos encarga una pesada misión, como a Juan Bautista y a Pablo: ayudar a nuestros hermanos y hermanas a preparar juntos la venida del Señor, que quiere que este mundo sea un lugar mejor. Un lugar en el que reine la paz, la alegría y el amor mutuo; donde los unos recen por los otros y donde el Emmanuel, «Dios entre nosotros», nos conduzca a la vida eterna.